Halloween

La ultima llamada ( Homenaje a Poe )

Cuando empezó a sonar el móvil en el nicho, la comitiva ya se había marchado. La viuda, los hijos, los parientes, el sacerdote, todos se habían despedido del difunto y se alejaban hacia la salida. El enterrador apuraba un pitillo, sentado en el borde de una tumba cercana; una cuña de madera había mantenido la losa quieta durante el oficio, ahora solo había que rematar la faena, nunca mejor dicho. La música del movil le asustó, se puso en pie de un salto y notó un respingo, aunque en estos tiempos no era la primera vez que pasaba esto, ni sería la ultima. Lo inusual era el tono, el Réquiem de Verdi, a quien se le ocurre poner como tono del movil un réquiem, alguien muy tétrico, no cabe duda. No es que el enterrador fuera un melomano, es que lo había escuchado en numerosas ceremonias.

Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, desde una cabina sombría, un tipo gris resguardado en la oscuridad escucha el timbre del telefono, cuatro, cinco, seis veces…y cuelga.

El albañil quita la cuña y con cuidado aparta la lápida, que extraño, el teléfono no está dentro del ataúd, sino fuera. Se lo guarda en el bolsillo del mono y termina el trabajo, sellando con cemento las juntas y limpiando lo que ha ensuciado. Coge las herramientas y echa a andar. Unos pasos más abajo, una gran cruz de piedra que preside una tumba, se bambolea peligrosamente, pero el no se da cuenta, absorto como va pensando en sus cosas. Al pasar por delante, la cruz se derrumba sobre él y le aplasta la cabeza, la sangre salpica a más de tres metros, ni siquiera le ha dado tiempo a gritar…

Tras lavar el cadáver, el operario de la morgue lo introduce en uno de esos sarcófagos de acero inoxidable, tapado con una sabana blanca y con un distintivo en el dedo del pie, a la espera del forense que le va a hacer la autopsia. Cuando se prepara para irse, suena el tono de un móvil en el box del enterrador…extrañado, abre la nevera y , allí está, resonando el réquiem de Verdi. Pasmado, intenta responder a la llamada, pero justo en ese momento, deja de sonar. Al otro lado de la ciudad, entre tinieblas, alguien ha colgado el teléfono.

El celador se guarda el móvil en el bolsillo de su bata y echa a andar por aquellos largos pasillos silenciosos y en penumbra…