La noche de autos (The Night Of)

“Las leyes son como las telas de araña, a través de las cuales pasan libremente las moscas grandes y quedan enredadas las pequeñas.” Honoré de Balzac

Dijo un juez a otro: Se justo, pero si no puedes ser justo, se arbitrario. Esta frase no es de Roy Bean, el juez de la horca, que probablemente la ratificaría, si no de William Borroughs, que también sufrió el peso, leve en su caso, de la ley. Leve porque era hombre de familia ilustre y millonaria y yo creo firmemente que la justicia fue concebida para proteger a los ricos y poderosos y la ley para castigar a los pobres y los parias. No es ninguna idea original ni aventurada. Ya Platón sostenía que «la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte.”

Estos preámbulos son para dejar claro -si no lo hizo el título- que estamos ante otro court show o court room show, al que tan aficionados son los estadounidenses. En cine y televisión, llevan décadas facturando productos con juicios, jurados, culpables y no culpables. Desde Doce hombres sin piedad a Ironside nos han dibujado cientos de abogados sin escrúpulos, decenas de jueces corruptos, miles de alegatos y discursos finales, nos han ido educando en la justicia anglosajona. Claro que el tema del jurado da más juego que en el derecho romano, en el que un solo tipo, el juez, acapara todo el poder sancionador.

¿Que novedad puede aportar uno más sin que bostezemos al oír otra vez con la venia señoria? Primero que es un producto de HBO, lo cual implica una calidad en el guión y la producción superiores a la media. También podemos esperar que nos tome por espectadores adultos que no se chupan el dedo y no nos lancen mensajes maniqueos ni simplistas sobre donde está el bien y donde está el mal.  Podemos esperar excelentes actores que se trabajen el personaje con profesionalidad. Y si, tiene todo eso y además, con la suficiente seguridad en si mismos como para no convertirlo en un procedimental policial o jurídico sembrando pistas sobre la culpabilidad o inocencia del acusado. Ni siquiera es lo más importante. En realidad la base del argumento es EL SISTEMA, no un crimen cualquiera. No me voy a extender en contaros la trama. Un universitario de origen pakistaní coge prestado el taxi de su padre para asistir a una fiesta a la que nunca llega. Al día siguiente va camino del penal de la Isla de Riker acusado de un homicidio y sin dinero ni contactos ve su futuro en manos de un picapleitos que busca clientes en los calabozos y las urgencias de los hospitales. John Stone, interpretado por John Turturro (inicialmente iba a ser James Gandolfini que había rodado el piloto cuando falleció). Y por si fuera poco el peso de las estructuras del poder encima de Nasir Khan (Riz Ahmed) y su familia sin recursos, tendrá que aprender a sobrevivir en el micromundo carcelario, una selva en la que comes o te comen, donde o eres el depredador o el depredado, imposible mantenerse al margen.

HBO no se anda con remilgos y nos factura una dosis de realidad brutal y despiadada como lo es un sistema capitalista pluscuamperfecto en el que Dios es el dinero y la pobreza el infierno. No hay otra religión. El primer capitulo se hace un poco largo pero tiene la excusa de presentar la historia con precisión de cirujano. La tensión se mantiene hasta el final y ni siquiera este te dejará conforme. Durante los ocho capítulos sentirás desazón y náuseas mientras te cuestionas el sistema jurídico, el penal, el policial.

Imprescindible la versión original, escuchar la voz profunda y hastiada de fumadora compulsiva de Helen Weiss (Jeannie Berlin), la fiscal de distrito que lleva el caso y cuya frialdad, displicencia y funcionalidad en su trabajo se hacen patentes cada vez que pronuncia la archifamosa coletilla: «No further questions, your honor». No hay más preguntas señoría.

Narcos (Destruir al golem)

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Partiendo de la base de que Narcos es una serie previsible con un final cantado, si, don Pablo muere, lamento el espoiler ¿soy el único al que la interpretación de Wagner Moura le parece una parodia de Joaquín Reyes? Cuando se pone intenso y tendrías que verle bullir por dentro y con sus emociones tan evidentes como un volcán en erupción, lo que parece es que va a eructar o que tiene un retortijón. Fruncir el ceño como suelen los malos actores cuando el director les pide que muestren una inquietud funciona una vez o dos, pero no todo el rato. En vez de dar miedo -y el Escobar original tenía que dar mucho miedo- da risa. Entre Cantinflas y Salvando al soldado Perez, con acento brasileño. Como será que han optado por insertar imágenes de archivo del auténtico narco colombiano, no sea que nos olvidemos de lo que estamos viendo. Lo de Netflix empieza a resultar sospechoso. De sus producciones se desprende un tufillo a precocinado, a falso. También puede ser mi olfato ultrasensible, pero todos sus productos fallan en lo esencial y aprueban en lo accesorio. Buenas localizaciones, fotografía excelsa, imagen HD, castings, ambientación, elección de temas musicales, ahí sacan un notable, pero los guiones, ay, los guiones, el meollo de una buena historia, cojean más que una mesa en la cuesta’l Cholo. El de Narcos es un híbrido entre «Escobar, el patrón del mal», una telenovela cuya mayor gracia estriba en no enterarte de nada, porque esos actores si que hablan antioqueño, un dialecto imposible para un castellano, y un falso documental, con esa voz en off que dignifica el trabajo sucio de las «agencias» norteamericanas.

En fin, ni como historia ni como ficción. Uno se queda con la sensación de que no te lo cuentan todo. Se centran en la caza de Escobar y los americanos asisten a esa guerra como si no fuera con ellos, como si no fueran sus consumidores los que inundaron de dólares a los carteles de la coca y sus bancos las lavanderías que los blanqueaban, como si George Bush senior no hubiera iniciado la War on drugs, como si la DEA y la CIA no fueran los principales instigadores y financiadores de los escuadrones de la muerte en Colombia y toda Sudamérica, como si respetaran las leyes o la autoridad ajenas y les importara lo más mínimo la muerte de inocentes campesinos, los daños colaterales. Así como no tienen empacho en mostrarnos al gobierno colombiano inmoral y obsceno, aliado con los paramilitares con tal de destruir al monstruo, los americanos si lo hacen es a nivel individual, nunca como estrategia gubernamental. Faltaría más. Un policía vengativo actuando al margen que hace lo que hay que hacer sin involucrar a sus jefes. Todo muy trepidante, de tiroteo en tiroteo hasta la balasera final.

Se obvian todas las aristas de un tema tan espinoso como la subordinación de un país a los intereses políticos de otro -alguna conversación de recepción de embajada y algun interrogatorio del fiscal general, poco conforme con el presidente Gaviria, pero sin profundizar-, una injerencia que nosotros no creo que tolerasemos (no quiero oir ni una risa), para vendernos la historieta del pobre ignorante que se hizo rico con la cocaina y por el camino se convirtió en un gangster más peligroso que Bin Laden, el enemigo público número uno, el golem. Otra serie a mayor gloria de los gringos, como Homeland, que buenos son los hermanos estadounidenses, que buenos son que nos llevan de liberación.