EL SOMBRERO DE PHIL OCHS

Robert Zimmerman estaba una mañana de enero de 1972 trasteando en su rancho de Woodstock cuando sonó el teléfono. Hey Bob, soy Kris, Kris Kristofferson, si, oye, Sam Peckinpah quiere que compongas la banda sonora para Pat Garrett y Billy El niño y no puedes decir que no. Tengo que pensarlo, ya te aviso. Bob andaba remiso con Hollywood, después del rebote que había pillado años atrás cuando la United Artist rechazara Lay lady lay como tema central de Midnight cowboy, escogiendo en su lugar Everybody’s Talking, una canción de Fred Neil. Pero Kris podía ser muy persuasivo y volvió a llamar al día siguiente. Bob, vente, rodaremos en Durango, en México, puedes traer contigo a Sara y los niños. Sam dice que si hace falta te da un pequeño papel de bandido, ya lo está escribiendo.

La idea de actuar en un western de Sam Peckinpah empezó a entusiasmarle y cada vez que salía por Nueva York se lo contaba a todos sus amigos. Tío, voy a trabajar con Sam Peckinpah. Vamos a rodar la historia de Pat Garret y Billy el niño con Kris K. Y con James Coburn, Slim Pickens y Katy Jurado. Más tarde reconoció que al contrario que los famosos maleantes, en realidad su rol era un fantasma: “Traté de interpretar a quien fuera en la historia, pero es un hecho conocido que no había existido nadie que fuera el personaje que yo interpreté”

Una noche de marcha por el Village, Phil Ochs, borracho de vino como de costumbre, le comía la oreja a Bob: tío, tengo un sombrero que te voy a prestar, estoy seguro de que te quedará cojonudamente. Phil era de El Paso, en la frontera tejana con México. De madrugada se acercaron al apartamento del cantautor comunista en Queens, Bob se probó el sombrero y hostia, si, le sentaba bien. Se lo llevó. Y con ese sombrero compuso al personaje de Alias, que el hábito no hace al monje pero ayuda a reconocerlo. En EEUU siempre ha existido esa fascinación por el forajido, el fuera de la ley, el proscrito que sigue solo sus propias reglas y así lo demuestra en los versos escritos para la banda sonora bajo el título de Billy.

Hay armas apuntándote al otro lado del río
Hay un oficial de la ley en tu camino que quiere
rodearte. Los cazarrecompensas bailan a tu alrededor.
Billy, no les gusta que seas tan libre…

Cuando acabó la filmación, comentó con su habitual laconismo: “Solo esperaba que nadie me disparase durante el rodaje” y “No, no quiero ser una estrella de cine”. Lo consiguió y también un éxito aceptable con Knockin’ on the heavens door, que no es el tema central, ya que fue escrita para el sheriff Slim Pickens, que le dice a Katy cuando le disparan: Amor, quitame esta placa / no podré usarla nunca más…y Katy llora como nunca ha llorado nadie en una película.

Un par de años después del estreno Dylan se había embarcado en un nuevo proyecto, la Rolling Thunder revue y reclutaba a todos los amigos dispuestos a acompañarle en su viaje de apostolado por la América colonial primigenia: músicos como Roger Mc Guinn o T. Bone Walker, poetas como Allen Ginsberg, artistas inclasificables como Patti Smith, vagabundos como Ramblin Jack Elliott, musas como Joan Baez, también escritores, Sam Shepard, directores de cine y más o menos cualquier beatnik diletante de la pandilla neoyorquina que quisiera apuntarse. Phil Ochs apareció un día por la oficina, pero no tenía intención de actuar ni de salir de gira con Bob, alcoholizado como estaba y desengañado de todo, abrumado por la esquizofrenia, se había obsesionado con el sombrero y quería recuperarlo a toda costa. Bob intentó quitárselo de encima diciéndole que lo había cuidado, que estaba colgado de una percha en el recibidor de su casa y que el primer día que se acordara se lo devolvería. Eso nunca pasó. Dylan no recordaba que había sido del sombrero, pero desde luego no lo conservaba.

Phil Ochs dejó de desfilar el nueve de abril de 1976. Se ahorcó con su cinturón, tenía treinta y seis años.

YA NO DESFILARÉ NUNCA MÁS

Siempre son los viejos los que nos llevan a las guerras
Siempre son los jóvenes los que caen
Ahora mira todo lo que hemos ganado con el sable y la pistola
Dime, ¿vale la pena todo?

Porque robé California de la tierra mexicana
Luché en la sangrienta Guerra Civil
Sí, incluso maté a mis hermanos
Y a tantos otros
Pero ya no desfilaré nunca más

Porque marché a las batallas de la trinchera alemana
En una guerra que estaba destinada a terminar con todas las guerras
Oh, debo haber matado a un millón de hombres
Y ahora me quieren de vuelta
Pero no voy a desfilar nunca más…

No llores mi querida, si Dylan no canta en español.

 

El nueve de mayo de 1974, un puñado de cantautores congregados por Phil Ochs rendían un homenaje a la figura de Salvador Allende en Nueva York. En el escenario coincidieron Pete Seeger, Arlo Guthrie, Dave Van Ronk, Melanie y Bob Dylan. Si, Robert “Judas” Zimmerman, el gruñón que había apostatado de la canción protesta, el traidor, volvía al redil, volvía a actuar para los antiamericanos comunistas, para los apóstoles de la igualdad social, los profesores de universidad barbudos y las chicas cristianas de clase alta con mala conciencia de los que había abjurado. Y el público había llenado el Felt Forum del Madison Square Garden para examinarle y comprobar su grado de arrepentimiento.

¿Como convenció Phil Ochs a Dylan para participar en un concierto tan marcadamente político? Influyeron diversos factores. El primero, que acababa de romper con Sara, su mujer y madre de sus tres hijos y volvía a frecuentar los garitos nocturnos de Nueva York en uno de los cuales se encontraron cualquier noche, borrachos. También había retornado a la carretera tras ocho años sin pisarla, cuarenta conciertos entre enero y febrero por la costa oeste con The Band. Y Phil supo tocarle la vena sensible hablándole de los mineros chilenos y sus reivindicaciones. Bob provenía de una tierra minera que había sufrido los embates del capitalismo global y no pudo negarse.

Los que estaban allí, entre otros Isabel Allende y la viuda de Victor Jara, Joan Turner, cuentan que fue un concierto calamitoso, con demasiado vino corriendo por el escenario y todo el mundo más borracho de lo apropiado para un memorial, incluido Dylan, que además llegó tarde y muy pasado. El Blowin in the wind coral que cerró el concierto se asemejó más a un coro de borrachos entonando el Galway bay en un pub de Dublín que a la icónica canción. Antes Bob había cantado Deportee, de Woody Guthrie; North Country blues y Spanish is the loving tongue. ¿Por qué eligió esas y no otras? Posiblemente para quedar bien con la audiencia sudamericana del evento.

North Country blues es un tema de su tercer disco, –seguramente el disco más “político” de su carrera, con temas como The times they are a-changin (Los tiempos están cambiando), Only a pawn in their game (Solo un peón en su juego), When the ship comes in o The lonesome death of Hattie Carroll— sobre el declive de las minas de hierro en Minnesotta y la ruina consiguiente para la región. Es un tema curioso ya que está narrado desde un punto de vista femenino, el de la esposa del minero.

Se quejaban en el Este *

de que pagaban demasiado

que no era rentable extraer el mineral

que era mucho mas barato allí abajo

en las ciudades de Sudamérica

donde los mineros trabajan casi por nada.

El bagaje “hispano” de Dylan era escaso, casi inexistente, su nutrición musical había consistido en cereales y hamburguesas, guitarras acústicas y banyos. Lo que le interesaban eran temas antiguos, solía decir que esas canciones folk, pequeños relatos de dos o tres minutos eran su religión: el hundimiento del Titanic, las inundaciones de Galveston, las hazañas de John Henry o los pistoleros del viejo Oeste. Hechos reales que alguien había musicado y cantado.

Es probable que su primer contacto con la cultura musical latina fuera de la mano de Joan Baez, nieta de un cura mexicano emigrado a Nueva York y reconvertido en pastor protestante. Con su padre, también predicador, había viajado por Europa viviendo en España durante un tiempo. Joan, una mujer cosmopolita y culta, bilingüe, había grabado El preso numero nueve en castellano en su primer álbum. Normal que Dylan, un paleto con acento del medio Oeste, se enamorase perdidamente de Joan, que además le introdujo en el circuito de la música con “mensaje”.

Spanish is the loving tongue (El español es la lengua del amor) de Charles Badger, le recordaba a la dulce Joan, ahora que volvía a estar soltero. Además, era lo más cercano a nuestro idioma que pudiese tararear. Había grabado al menos dos versiones, una con los chicos de The Band en las cintas del sótano de la Casa Rosa de Woodstock. Otra con Leon Russell al piano en Nueva York, la primera vez que grababa fuera de los estudios de Columbia Récords y publicada en el lp Dylan, 1971. 

 

 

El español es la lengua del amor

suave como la música

brillante como la primavera

lo aprendí de una chica viniendo de Sonora

no la miré mucho como a una amante

todavía le digo palabras de amor

sobre todo cuando estoy solo

mi amor, mi corazón (en castellano en el original)

Bob y Joan actuaron juntos en el festival de Newport en 1963 y 1964, obteniendo un aplauso entusiasta con With God on our side, un alegato antibelicista cantado al alimón.

La guerra hispano-americana tuvo su momento

y la guerra civil también fue pronto ventilada…

https://vimeo.com/154347561

También cantaron Deportee, la invectiva de Woody Guthrie contra el cinismo de contratar emigrantes para recoger las cosechas y luego deportarlos a sus países.

Goodbye to my Juan, goodbye Rosalita

Adiós mis amigos Jesus y Maria

https://youtu.be/PfCKK8xSe7g

En la Marcha por los derechos civiles en agosto de 1963 en Washington, donde Martin Luther King pronunció su famoso discurso (I have a dream), Joan y Bob cantaron juntos When the ship comes in, otro himno contestatario, y ahí comenzó su distanciamiento. Dylan empezó a sentirse utilizado y sobrepasado. El no quería ser un líder político ni sindical, ni quería adoctrinar a nadie, solo expresaba lo que veía, su realidad, él no era un gurú. Joan creía que si alguien llegaba a la multitud como él lo hacía, no podía desperdiciar ese carisma. Bob no creía en ese don, no se sentía un profeta. Y llegó 1965. Ya sin Joan a su lado, Bob fue invitado a Newport. La noche del 25 de julio, Dylan tocaba entre la Tía Emmy, una cantante de country tradicional y los Sea Island singers, un grupo de descendientes de esclavos africanos de Georgia. Tras tres temas acústicos, suben al escenario el guitarrista Mike Bloomfield, Al Kooper al órgano, Jerome Arnold a la batería, Barry Goldberg al piano y Sam Lay a la batería. Atacaron con Maggie’s farm y para cuando los acordes del segundo tema –Like a rolling stone-– invadieron el aire, los abucheos y silbidos eran mayoría. Se han escrito numerosas crónicas del concierto de Manchester de 1966, gracias sobre todo al documental de Pennebaker, pero los británicos puristas ya acudieron al Royal Albert Hall con el cuchillo entre los dientes sabedores de lo que les esperaba, para los de Newport fue una verdadera sorpresa. Intentando apagar el fuego había accedido a terminar su actuación con una versión sin enchufar de It’s all over now, baby blue. Cuando se bajó del escenario dijo: He electrificado a la mitad del público y electrocutado a la otra mitad. Así es Dylan, inflexible en su manera de ver las cosas. Cuentan que Pete Seeger recorría el back-stage enajenado pidiendo un hacha para cortar los cables y apagar esa música del demonio.

En 1972, Sam Peckinpah le contrató para componer la banda sonora del film Pat Garrett & Billy the Kid. Se dice que por sugerencia de Kris Kristofferson. Cuando conoció a Sam le preguntó a su amigo que donde le había metido. Sam Peckinpah era un tipo pendenciero amante de las armas que discutía hasta con su sombra; cogía un guión, lo leía, tachaba la mayor parte, con el resto encendía los cigarros y sobre sus cenizas levantaba la historia que bullía en su cabeza, así que también se inventó un papel secundario para Dylan como Alias, un hábil lanzador de cuchillos. Lo curioso es que el papel es un trasunto del propio Peckinpah, que había desarrollado la costumbre de lanzar cuchillos a puertas durante el rodaje de Perros de paja. Hasta el punto de que en su cincuenta cumpleaños, Bob Dylan, Keith Moon y Ringo Starr le regalaron una puerta para que siguiera cultivando su afición. La filmación fue en Durango y la grabación de la banda sonora en Ciudad de México. Además de la estremecedora escena en la que Katy Jurado llora –como nadie ha llorado en una película– la muerte de Slim Pickens mientras suena de fondo Knockin’ on the heavens door, el romance Billy va atravesando el metraje. Al estar en tierras mexicanas, entremezcla inglés con español en alguna estrofa: Baranda, hacienda, señorita…siempre con su peculiar acento. Fue uno de los discos menos vendidos en la extensa carrera de Dylan junto con Knocked out loaded.

 

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Unos años más tarde grabó su canción más “española”, Romance in Durango, del disco Desire de 1976, un tema con arreglos de mariachi que incluyen el violín de Scarlet Rivera y el acordeón de Dom Cortese, con Emmylou Harris y Ronee Blakely de coristas, en el que se atreve incluso a chapurrear algunas palabras en un castellano más yanqui que la estatua de Abraham Lincoln en Washington. Un tema de amor posiblemente inspirado por algún recuerdo del rodaje de Pat Garrett & Billy el Niño en Durango, aunque no suyo, él había llevado a su mujer Sara y a sus hijos al rodaje.

Calientes chiles en el sol abrasador

Polvo en mi rostro y en mi capa

Yo y Magdalena en fuga

creo que esta vez escaparemos.

Vendí mi guitarra al hijo del panadero

por unas migajas y un lugar para esconderme

Pero puedo conseguir otra

Y tocaré para Magdalena mientras cabalgamos.

No llores mi querida

Dios nos vigila,

pronto estarás bailando un fandango.

 

 

En resumen, el lado hispano de Dylan linda con México, de Acapulco a San Antonio, de Durango a Corpus Christi sin pasar por Madrid, o al menos por el Madrid capital de España, si por los de Nuevo México o Virginia, dos de los nueve pueblos que sobreviven en USA con ese nombre.

 

* Todas las traducciones extraídas de la web http://www.goddylan.com