El día de las langostas (Day of the Locusts)

Hoy día cualquiera puede recibir una distinción universitaria por nimios que sean sus méritos.

En mil novecientos setenta, Bob Dylan y Coretta Scott King, líder de la lucha por los derechos sociales y viuda del asesinado Martin Luther King fueron distinguidos por la Universidad de Princeton en la ceremonia de graduación, un diez de julio. Cuentan que Dylan, a quien acompañaban su mujer Sara y David Crosby, estaba visiblemente incomodo con la pompa y el boato. Y con algún que otro distinguido, como Walter Lippman, un columnista liberal con el que no cruzó ni una frase. Aquel año arreciaban las manifestaciones estudiantiles contra la guerra de Vietnam, en mayo había sido la masacre de Kent, la universidad estatal de Ohio y la mayoría de estudiantes rehusaron llevar toga y birrete y en su lugar portaban brazaletes blancos con el símbolo de la paz. Ese mismo año los estudiantes de Princeton habían abucheado con estruendo al secretario de Interior de Nixon, Walter Hickel.

Dylan acabó aceptando la toga, no el birrete y se puso también el brazalete pacifista. Pero quizás lo más curioso del acto fueron las invitadas sorpresa. Era diez de julio y en los jardines del campus un millón de cigarras de color negro azulado, ojos rojos y alas negras se pusieron a batir sus alas al calor del mediodía. El estruendo era ensordecedor y deslució los discursos. A Dylan se le notó particularmente poco comunicativo e inquieto. Cuentan que no respondió ni a una sola pregunta de los periodistas. Aunque si estuvo atento al discurso sobre él porque hizo alguna mueca. En la parte más formal, con párrafos en latín incluidos, explicaban porqué era merecedor de ser honrado como Doctor en Música. En la parte menos institucional, y aquí fue donde Robert Zimmerman esbozó una sonrisa, el orador se dejó llevar: «Paradójicamente, aunque es conocido por millones, evita la publicidad y las organizaciones no gubernamentales, prefiriendo la solidaridad de su familia y el aislamiento del mundo. Aunque ahora se acerca a la peligrosa edad de treinta años, su música sigue siendo la expresión autentica de la conciencia perturbada y preocupada de los jóvenes estadounidenses», bramó el orador. Para suerte de Dylan, el discurso fue ahogado por el ruido incansable de las llamadas de apareamiento de las cigarras.

Parece ser que no aparecían desde mil novecientos cincuenta y tres, probablemente eligieron el día de su regreso intuyendo que el cantautor las haría inmortales. Y las hizo. En su siguiente disco, New Morning, lanzado en octubre de ese mismo año, incluyó el tema Day of the Locusts.

Oh, los bancos estaban manchados de lágrimas y sudor

los gorriones volaban de árbol en árbol

Había poco que decir, no había conversación

mientras subía al escenario para recoger mi titulo

y las langostas cantaban en la distancia

cantaban una melodía tan dulce

las langostas cantaban en la distancia,

si, las langostas cantaban y cantaban para mi.

Dejé mi bata, recogí mi diploma
Agarré a mi amada y nos alejamos
Condujimos directamente hacia las colinas, las colinas negras de Dakota
Seguro que estaba contento de salir de allí con vida
Y las langostas cantaban, bueno, me da escalofríos
Sí, las langostas cantaban una melodía tan dulce
Y las langostas cantaban con un trino de gemido alto
Sí, las langostas cantaban y cantaban para mí

PD Hay una parte muy divertida de la canción que merece la pena recordar:

Fuera de las puertas los camiones estaban descargando
El clima estaba caliente, casi treinta grados
El hombre sentado a mi lado, su cabeza estaba explotando
Bueno, rezaba para que los pedazos no cayeran sobre mí…

Sentado a su lado estaba David Crosby, fallecido en enero de dos mil veintitrés, mas de cincuenta años después de aquella estruendosa ceremonia. Le preguntaron como es que estaba allí con Bob y respondió con retranca: «Estaba haciendo autostop en el peaje de la autopista de Nueva Jersey buscando América y Bob vio un friqui y paró para recogerme».

Bibliografía: revista Rolling Stone de julio de 1970 y anuario de Princeton University (Princeton Alumni Weekly)



Get back The Beatles.

Es mil novecientos sesenta y nueve y en la España de sacristía y procesión, los niños de doce años no teníamos muchas diversiones. Se nos había pasado la edad de los columpios y el pio campo, habíamos leído todos los Tintin y Asterix de la biblioteca e implorabamos unos pantalones largos avergonzados de llevar las rodillas al aire por la calle. A ser posible unos tejanos. Cuando llovía, y a nuestra niñez le llovió mucho y de todo, las opciones eran dos: La OJE, organización juvenil española; una especie de milicia fascista para niños que organizaba campamentos y en cuyo local se podía jugar al ping pong. Aquel verano iniciático fui a un campamento en León pensando que sería divertido, pero no lo era tanto. Primera y ultima vez. Me juré que no volvería. Y que a ser posible nunca vestiría uniforme. Ni obedecería ordenes. Tampoco volví a pisar el local. La segunda opción eran Los Electrónicos, un salón recreativo grande como un campo de futbol con suelo de linoleo que había sido bar y sala de baile en la posguerra. Tenían Petacos, billares, futbolines y arrimado a una pared del fondo una juke-box, la máquina de discos. Dos canciones, un duro. Ese año había salido un single de los Beatles con Get Back y Don’t let me down en la cara B. Si podía la ponía dos, tres veces seguidas, cuatro. El riff del principio y los punteos, el estribillo, me encantaba. Aun sin entender nada de lo que decían. Parecían nombrar Arizona en algun momento, California también, pero al menos podíamos repetir el pegadizo get back, get back…y get back, para de contar. Nuestro segundo idioma era el francés. Nos habían preparado para Aznavour y Brassens, no para los Beatles o Dylan. La pérfida Albión nos debía un Peñon de Gibraltar, de ahí la inquina.

Cuando salió la colección de Los Juglares de Editorial Júcar empezamos a enterarnos de lo que decían las canciones en inglés. Letras de Bob Dylan traducidas por Jesus Ordovas y Mariano Antolin Rato. Las de Beatles de Alain Dister, Pink Floid de Jean Marie Leduc, Jim Morrison…todo lo que caía en nuestras manos. También en revistas, recuerdo las impactantes letras de Lou Reed en un artículo de Star.

Un poco antes de esos avatares, en enero del mismo año, 1969, los Beatles se reunen durante un mes con dos objetivos: componer canciones para un nuevo LP y actuar en directo en un programa de televisión. Paralelamente Apple Records, su compañía de discos, encarga la filmación de los ensayos que podría desembocar en una película al estilo de Help o A Hard’s day night. De ese rollo, más de ochenta horas, Peter Jackson entresaca casi ocho de documental dividido en tres partes: Get Back, The Beatles.

Si consigues superar la primera media hora de tediosos ensayos de Don’t let me down y te vas sumergiendo en la película llega un momento en el que crees estar allí mismo, asistiendo a la descomposición del grupo de pop-rock más famoso del siglo XX. Los cuatro de Liverpool, Paul, John, George y Ringo se habían distanciado tras volver de la India, de su viaje en busca de la sabiduría del Maharishi Mahesh Yoga. Cuando se reunen parecen músicos profesionales que tienen que resolver un ultimo contrato antes de tomar caminos diferentes. Lennon y McCartney siguen llevando la voz cantante. Y compositora. De hecho George Harrison, que también compone, se siente ninguneado y los abandona enfadado durante varios días. Ringo, muy reservado, apenas habla y parece conforme con la situación.

Mi atención se va sin querer a una figura estrafalaria, fuera de lugar. Como cuando estás invitado en una casa y todo es anodino hasta que descubres en una repisa una figura grotesca que no debería estar ahí, un esbozo de Goya entre acuarelas campestres y ya no puedes despegar la mirada de ella. Es Yoko Ono, una presencia enlutada a veces, de blanco inmaculado otras, contrapunto a los coloridos ropajes de George y Ringo. Paul y John son más circunspectos. No entiendo que pinta entre unos músicos trabajando, pero ahí está, quieta y callada por el momento. Me recuerda al cuervo de Poe revoloteando por la habitación.

Tocan, componen, beben té y vino y fuman John Player’s. Sin remordimientos. Entonces las cajetillas eran atractivas, no incluían evocadoras imagenes de enfísemas, EPOC y pulmones marchitos. También se toman algún estimulante. Mel, el road manager, es el conseguidor, lo que le pidan. Aparte de anfetas, lo que sea; un yunque y un martillo, un ukelele, Mel se encarga.

Los días se van tachando en el calendario, las canciones no aparecen de la nada y se empiezan a caer los planes. El disco sigue adelante; el programa de televisión no. Quizás un concierto al aire libre.

A John y Yoko no les gusta madrugar, algunos días llegan para el almuerzo. Quien siempre llega el primero, fresco como un pimpollo, es Ringo, un profesional. Y Paul, el boss.

Ensayan una y otra vez Get Back y I’ve got a feeling. En un momento dado se dan cuenta de que necesitarían un pianista y piensan en Nicky Hopkins, que ha tocado con los Stones y que en un futuro colaborará con John Lennon en Imagine y Jealous guy. Pero la casualidad hace que Billy Preston, con quien habían coincidido en Hamburgo cuando giraba con Little Richard, de paso en Londres, se presenta de visita. Lo cazan al vuelo. Para entonces han cambiado la nave industrial en la que habían estado trabajando por el estudio de Apple. Billy y su eterna sonrisa se suman al último disco de los Beatles, que saldrá de las grabaciones registradas estos días.

Por el estudio pulula una multitud de gente: productores, ingenieros de sonido, novias, managers, Billy Preston, George Martin, Glyn Johns, Alan Parsons, Mike, hermano de Paul, los Hare Krisna le mandan flores a George, solo falta el Maharishi con una pandereta. Yoko se ha animado a aullar (o maullar) y hay una chiquilla muy despierta que se ha quedado con la copla; es Heather, hija de Linda Eastman que más tarde pasó a ser Linda McCarthy. En un momento de distensión la pequeña Heather coge un micro y muy resuelta dice: voy a imitar a Yoko, lanzando un chillido penetrante y sostenido. Tuvo que ser una niña quien se atreviera.

Descartadas todas las opciones, deciden terminar la aventura en la azotea del edificio de Apple. Será el último concierto de los Beatles. No volverán a juntarse nunca más. Sin pedir permisos, sabiendo que no se lo darán, optan por la insumisión, una última gamberrada y si hay que pagar una multa por desordenes públicos se paga.

El treinta de enero de mil novecientos sesenta y nueve, a mediodía, los Beatles y Billy Preston, al que el montaje final del documental esconde, arrancan con Get Back. De los edificios contiguos sube gente a las terrazas a ver que está pasando. Por la calle la gente se detiene a escuchar. No falta la llamada a Scotland Yard de algun vecino escandalizado. Y la policía se presenta a mandar parar la fiesta. Da tiempo a tocar Don´t let me down, I’ve got a feeling, Dig a pony y One after 909.

Acabó una historia y empezó otra, trágica para alguno de ellos.

Días difíciles y ruidosos

Bob Dylan revisita el sueño americano. Vuelve a recorrer la vieja autopista sesenta y uno, la ruta del country blues, de los treinta grados bajo cero de Wyoming, en Minnesota, tierra de algonquinos y colonos europeos a los pantanos tropicales de New Orleans, en la Louisiana, indios natchitoches y esclavos africanos, pasando por Memphis, la capital del rock, dos mil trescientos kilómetros siguiendo el curso del río Mississipi a través de la tierra prometida, de la sacrosanta tierra de la libertad para ganar dinero y hacer con él lo que quieras. De la pesadilla americana para los desheredados y los no-blancos, esclavizados cuando no exterminados.

Los tiempos no han cambiado como él esperaba. Sin seguridad social, sin derechos, negros e indígenas siguen sentenciados por un sistema que encarcela y mata no solo por cometer delitos si no por un mal comportamiento al volante de un coche, el símbolo de la libertad más americano, otra paradoja. Con la tasa de población reclusa más alta del mundo y con condenas que incluyen el trabajo esclavo para empresas privadas porque las cárceles son solo una parte más del sistema capitalista salvaje, eso que ahora llaman de forma eufemística neoliberalismo.

En mil novecientos sesenta y cinco Bob Dylan, con solo veintitrés años, rompe con su pasado. Abandona la balada folk, la canción protesta y se pasa al rock. Abucheado por aquellos revolucionarios de verano de Newport, vaqueros Levi’s y Rayban oscuras, que solo esperaban de él a un digno sucesor de Pete Seeger, otro trovador de himnos protesta para la izquierda ilustrada; pero también aplaudido por la mayor parte del público por su osadía y su lucidez, publicó Highway 61 revisited. Un disco eléctrico en el que analizaba la cultura americana desde el prisma de un observador viajero muy atento a la realidad. Las canciones venían a ser un destilado en verso de En el camino, la novela de Jack Kerouac de mil novecientos cincuenta y nueve. Los mismos personajes, “la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse”, con una mirada sarcástica sobre muchos de ellos, eso sí.

Los tiempos si han cambiado para él, como para todos, setenta y nueve inviernos le contemplan y tienen que pesar sobre su espalda encorvada, pero conserva la suficiente vitalidad y creatividad para cincuenta y cinco años después volver a la carretera y traernos sus visiones de la América actual en su ¿último disco? Rough and rowdy ways (Caminos oscuros y difíciles). Claro, la mirada no puede dejar de ser más cínica y más irónica cuanto más se acerca galopando el jinete negro. Y más triste, como canta en Black Rider, una canción nocturna, oscura como la muerte: “Jinete negro, jinete negro, has estado viviendo demasiado tiempo / he estado despierto toda la noche, tengo que estar en guardia / el sendero que estás pateando, demasiado angosto para caminar / a cada paso del camino otro escollo / el camino en el que estás, el mismo camino que conoces / no es el mismo que hace un minuto.”

En The ballad of a thin man satirizaba a los profesores hipsters de chaqueta de pana que se reunían en apartamentos del Village a hablar de literatura y frecuentaban cafés como el Gaslight en el Greenwich: “Has estado con catedráticos / y a todos les gustaban tus ideas / con grandes abogados has discutido sobre leprosos y criminales / te has empollado todos los libros de F. Scott Fitzgerald / eres muy buen lector, es cosa sabida”; los que quedan vivos han envejecido y se han mudado a Key West, el retiro dorado de los jubilados ricos americanos, cementerio de elefantes de presidentes, flores de hibisco, buganvilias, sol y palmeras. “Cayo Hueso es donde debes estar si andas buscando la inmortalidad / Nací en el lado equivocado de la vía del ferrocarril / como Gingsberg, Kerouac y Corso / como Louis (Armstrong), Buddy (¿Holly o Guy?), Jimmy y todos los demás…/ Nunca he vivido en la tierra de Oz / o desperdicié mi tiempo en causas indignas / donde quiera que viaje, donde sea que deambule / no estoy tan lejos antes de volver a casa / hago lo que creo que está bien, lo que creo que es mejor / Key West es el paraíso divino…” Han pasado los años y para Bob, quien siempre tuvo una justificación seguirá encontrándola en la apacible vejez del bendecido por la fortuna. Es humano justificarse. Él ha buscado el sol al otro lado del continente, en Malibú (California).

Por Desolation row desfilaban Ezra Pound, T. S. Elliot, Einstein, Bette Davis, Robin Hood, Cain y Abel, Quasimodo, Casanova, Romeo, Ofelia, el fantasma de la Ópera, en una especie de discurso de agradecimiento a la cultura popular, a sus lecturas; cualquiera de nosotros podría escribir su propia serie de personajes favoritos, actores, escritores, nuestros propios mitos. Es lo que te engancha en muchas canciones de Dylan, que sus héroes son también los tuyos y uno cuando ve una película o lee una novela anhela sentirse identificado con el protagonista, sea el galán o la dama, el detective o el ladrón. En I contain multitudes actualiza sus fantasmas, paga deudas a músicos a los que obvió en el pasado o que simplemente aun no estaban ahí y ajusta cuentas con tótems de su particular bestiario. Por este rosario, más lento, casi un recitado, un spoken-word, hace desfilar a Blake, Beethoven, Chopin, los Rolling Stones, Anna Frank, Indiana Jones (de Indy ha dicho que sin la música de John Williams no existiría), Edgar Allan Poe. En un verso afirma: “duermo con la vida y la muerte en la misma cama”. Es como si no quisiera irse sin haber nombrado a todos los que pasaron por su vida dejando huella.

Las menciones a iconos de la cultura popular, enemigos públicos incluidos son algo distintivo en Dylan. Empezó en I shall be free, tema de The Freewheelin’ su segundo disco. “Mi teléfono no paraba de sonar / era el presidente Kennedy preguntando por mi. / Dijo: amigo Bob / ¿que necesitamos para que prospere el país? / Le dije: amigo John, Brigitte Bardot, Anita Eckberg, Sofia Loren / el país prosperará.”

Precisamente al magnicidio de John Fitzgerald Kennedy dedica Murder most foul (Asesinato más nauseabundo), una canción río de diecisiete minutos que se merece para ella sola un CD aparte. Y pensar que cuando presentó Like a rolling stone Columbia no quería editarla por sus seis minutos de duración. El crimen de Kennedy ocurrió en mil novecientos sesenta y tres, en la mágica década de los sesenta, de los hippies, de mayo del sesenta y ocho, de Woodstock. “Le volaron la cabeza mientras aún estaba en el auto / abatido como un perro a plena luz del día / era cuestión de tiempo y el momento era el adecuado / tienes deudas impagadas, hemos venido a cobrar / te vamos a matar con odio, sin ningún respeto…” Por los versos de Dylan pasan los Beatles, Tommy y la reina ácida, John Lee Hooker, Marilyn Monroe y Patsy Cline. Pasan Scarlett O’Hara y pesadilla en Elm street. Es una lección de historia popular, del cine y la televisión, un resumen de la vida en USA en la segunda mitad del siglo veinte.

Dylan ha estudiado historia: la revolución francesa, la segunda guerra mundial, pero sobre todo la de su propio país y se ha encontrado con episodios espeluznantes escondidos bajo la alfombra de los derechos civiles y la constitución, como la Masacre de Sand Creek en mil ochocientos sesenta y cuatro, donde cientos de pacíficos Cheyenne y Arapahoe, mujeres y niños incluidos, fueron masacrados por la caballería de Colorado. Y le sigue abochornando que su país sea cuna de racistas y semilla de intolerancias y fascismos, aunque no ha pasado tanto tiempo desde la abolición de las leyes de segregación racial, en mil novecientos sesenta y cinco. Dylan se sintió enfermo al ver la tortura que acabó con la vida de George Floyd en Minneapolis, en su estado natal además. Como cualquier ciudadano decente.

Highway 61 incluía un blues clásico de doce compases, It takes a lot to laugh, it takes a train to cry y otro más acelerado, casi un boogie, Tombstone blues.

En homenaje a los bluesmen, elogio y recuerdo de lo que han significado para la música popular publica dos en el nuevo trabajo. Goodbye Jimmy Reed es una merecida oración a un santo laico, guitarrista y armonicista de gran simplicidad y belleza. El artista que empujó a millones de adolescentes, y no solo en Estados Unidos, a rasguear la guitarra y soplar una armónica: “Porque tuyo es el reino, el poder, la gloria / ve a contarlo montaña abajo, cuenta la historia real / dilo en ese tono directo y puritano / en las horas místicas, cuando una persona está sola / adiós Jimmy Reed, buena suerte / golpea la Biblia, proclama un credo”. El otro es Crossing the Rubicón, de nuevo un rezo, una plegaria, quien sabe si una invocación a la encrucijada en la que Robert Johnson vendió su alma. Por momentos parece que se refiere más al lago Estigia, a la frontera entre la vida y la muerte, porque la suerte ya está echada y todos sabemos quien gana al final. “Pon mi escondite en una colina / donde encontraré algo de felicidad / si sobrevivo, déjame amar / deja que la hora sea mía / toma el camino de arriba, toma el de abajo / toma cualquiera en el que estés / vertí una taza, la pasé / y crucé el Rubicón.”

From a Buick 6 y I’ve made up mi mind to give myself to you son dos canciones de amor que reflejan la diferencia de sentimientos y como fluyen con la edad. La primera es una canción de amor joven, desenfadado, que aun da rienda suelta a su pasión en la parte trasera de un coche en un descampado, en un cine al aire libre; con una letra surrealista, divertida en su deliberada confusión: “Cuando la tubería se rompe y estoy perdido en el puente sobre el río / me quedo en la carretera, al borde del agua / ella baja por la autopista lista para coserme un hilo / si me voy muriendo sabes que ella obligó a poner una sábana en mi cama.”

La segunda evidencia el amor maduro; la admiración, el respeto, la fidelidad a quien siempre ha estado ahí. “Estoy sentado en la terraza, perdido en las estrellas / escuchando los sones de guitarras tristes / he estado pensando y lo he pensado todo / y he decidido darme a ti.”

Dylan ha vuelto; más cansado, claro, pero aun elocuente, con cosas que decir, con energía, con esa vieja poesía suya entre folklórica, tradicional y contracultural que le dio un premio Nobel. Y si escuchas estos dos discos a la vez, intercalando canciones, o uno después de otro, bueno, nadie puede dudar que las musas no le han abandonado. Mother of muses: “Me estoy enamorando de Calíope / ella no le pertenece a nadie ¿por qué no me la das? / me habla, me habla con sus ojos / me cansé tanto de perseguir mentiras / madre de las musas, dondequiera que estés / he sobrevivido a mi vida…”

 

Sancristo de las farmacias: rockero, yonki y español.

He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial…Allen Ginsberg : Aullido

A finales de los 60 y principios de los 70, la dictadura da los primeros síntomas de agotamiento. Sus hasta entonces sólidos diques de contención se resquebrajaban como una presa con aluminosis. Cada vez resultaba más difícil para la hipócrita censura cerrar las fronteras y empezaban a entrar al país libros y discos prohibidos. La edición de On the road, de Jack Kerouac, de la editorial mexicana Losada, o el disco de Paco Ibañez en el Olympia de París alternaban de casa en casa y de mano en mano como reliquias, igual que años antes peregrinaba una talla de Santa Gema Galgani ante la que las familias como Dios manda rezaban unidas el rosario y depositaban unas monedas antes de pasársela a otro vecino. Algunas películas que diez años atrás no hubieran superado la tijera de los censores meapilas, comenzaban a exhibirse en salas de arte y ensayo. Como Helga, un documental de Erich Bender sobre la concepción y el nacimiento, más didáctico que artístico, pero que las masas acudían a ver en procesión simplemente por los desnudos, necesitadas como estaban de salirse de los estrechos margenes biempensantes del nacional catolicismo.

Hasta la muerte del dictador, tan patético y tan idolatrado –basta ver las largas colas que se formaron en Madrid para despedirlo–, las referencias a la droga en la música fueron muy escasas por no decir inexistentes. Curiosamente, antes de la guerra y durante la dictadura de Primo de Rivera si se habían firmado algunos temas, como La cocaína de Pilar Arcos (1927), una cupletista de origen cubano: Busqué placer en el licor / busqué calmar mi cruel dolor / y entre locuras ansiaba / al hombre que tanto amaba / Cuando el placer ya vi marchar / cuando al amor ya vi alejar / fue la cocaína un consuelo / para mi anhelo mejor calmar…

Ya en pleno franquismo se encuentra alguna rara grabación como La droga, de Los Zoom, de 1967, versión de L.S.D. de los Pretty Things, con una traducción sutil que sorteó a los censores: El sol oscurece / el cielo es un mar /las aves caminan / no pueden volar / el suelo que piso parece cristal…Hay un grupo llamado Los Kifers (de kif o hachís), que grabó un disco de cuatro canciones en 1969.

Antes de los 70, el uso de marihuana se reducía a ex-legionarios y tipos que habían hecho la mili en regulares en Melilla. Poco más. Mediada la década, sin embargo, empezó a extenderse entre la juventud. Concentraciones de jóvenes en festivales de música, como el Canet rock, en 1975, el primer Enrrollamiento rock de Leon, en 1976 y los muchos que siguieron su estela, supusieron un impulso al consumo de cannabis y de ácido, drogas psicodelicas por excelencia. Pequeños camellos, con su yerba de Angola y sus tripis holandeses hacían el agosto en estas reuniones. Hippies, rockers, modernos, casi cada día surgían nuevas tribus urbanas, gente que se rebelaba contra el statu-quo y anhelaba vivir de forma totalmente diferente a la de sus padres.

En Leon, 1976, tocaron entre otros Nico, la antigua y hermosa componente de Velvet Underground, o Triana, que en su primer disco, El patio, de 1975, habían dedicado un tema pionero en nuestro país al lsd: En el lago: Ayer tarde al lago fui con la intención de conocer algo nuevo / nos reunimos allí y todo comenzó a surgir como un sueño / creo recordar que por la noche el pájaro blanco echó a volar… de nuevo sin referencias explícitas por aquello de la censura. Triana seguían la estela de fusión rock-flamenco que habían iniciado años atrás Smash, otro grupo sevillano que había grabado varios singles, entre otros unos Tangos de Ketama en 1971.

https://www.youtube.com/watch?v=BWbTgUc0UFc (Tangos de Ketama-Smash)

Las anfetaminas y otras drogas de farmacia en España se conseguían con facilidad. Sin receta, cualquier chica entradita en carnes podía comprar Still-2, Minilip, Bustaid, Dexedrina. Como cantaban los Stones en Mother’s little helper, aquí también se despachaban grandes cantidades de estimulantes y depresores para ayudar a las amas de casa a subir y bajar. Los optalidones -un analgésico presuntamente inocuo, pero que incluía barbitúricos en su fórmula- no faltaban en ningún botiquín. Sin embargo, tranquilizantes o anfetas no han inspirado temas dignos de recordar,

como ocurre con otras sustancias. Por ejemplo, el legendario disco Veneno, LP de mítica portada – la foto de un ladrillo de hachís- de 1977, del grupo homónimo formado por Kiko Veneno y los hermanos Raimundo y Rafa Amador. Con letras y melodías enigmáticas como Los delincuentes: Me quiero asegurar que mi sombrero está bien roto y los rayos pueden entrar en mi cabeza / te quiero conquistar con el suave viento gratis y fresco de mi abanico de cristal…

Fue precisamente en el 77 cuando arrancó la epidemia. Si en 1975 apenas había consumidores de opiaceos, dos años mas tarde la heroína era la droga mas buscada. Para cuando entraron los 80, el caballo se había convertido en un problema de salud pública al que nadie supo poner remedio. La ilegalización ayudó, ya se sabe que lo prohibido atrae con más ansia.

Pepe Sales (1954-1994), fue un artista polifacético: Escritor, pintor y activista cultural dejó escritas unas Canciones de amor y droga que nunca grabó. Fue Albert Plá quien las rescató como letras de canciones, les puso música y las registró en 2003. Entre ellas El cristo de las farmacias: San Cristo de las farmacias me le diga al boticario que me de la gasolina o que quite la cruz de ahí arriba…o que quite la cruz de ahí arriba…o Mi camello: Piensa en mi cuando estés limpio / piensa en mi con todo el dinero / piensa en mi cuando estés limpio / Llevame contigo llevame contigo / Oh Dios mio como quiero a mis camellos…

http://www.youtube.com/watch?v=dkuWt6kXB4I (Pepe Sales- documental-trailer)

Iconoclastas y provocadores, estos nuevos artistas como Pepe, ya fueran dibujantes de cómic, músicos de rock y jazz, poetas urbanos, hippies, pintores, travestís, libertarios o bohemios comenzaron a reunirse en nuevos antros de las zonas viejas de las católicas y burguesas ciudades españolas. Empeñados en recuperar una libertad tan añorada por escasa, desenterraron los tabúes de una sociedad enferma de endogamia y disimulo para darles visibilidad. Influenciados por la beat generation y el underground americanos se gestaron nuevos cómics, como El rrollo enmascarado, de 1973, donde despuntaban Nazario y Max, dos de los grandes dibujantes que ha dado el cómic patrio. O el Nasti de Plasti y El carajillo vacilón, de 1976, con sobresalientes ilustradores como Mariscal (http://issuu.com/cantitats/docs/a_valenciaa_1975/17?e=4862471/4802305) o Ceesepe. Muchos, si no todos estos artistas, experimentaron con estupefacientes. El lsd25 llegaba de Amsterdam en diferentes presentaciones: secantes, pirámides, vulcanos, micropuntos…El Hortelano publicó en 1977 en Londres unas paginas tituladas Piramidesx http://issuu.com/cantitats/docs/piramidesx/16?e=4862471/2496591 ilustrativas del tema. Otras revistas imprescindibles del tardofranquismo, como Star (1974 – 1980) o Ajoblanco, aun sufrieron cierres y secuestros. Star fue cerrada tras su numero quince durante un año y el primer numero tras su reaparición, el dieciséis, también fue secuestrado por escándalo publico. Ajoblanco fue el primer magazine en España que trató temas como las drogas, la antipsiquiatría, el ecologismo o el movimiento gay. Jóvenes poetas como Eduardo Haro Ibars o Leopoldo Maria Panero se atreven a describir los efectos de los narcóticos en su mente.

Ideologías que parecían desaparecidas tras cuarenta años de paz fascista, revivían como setas en una plasta de vaca. Un mitín de la CNT en Montjuic el 2 de julio de 1977 reunió a mas de cien mil acratas. Ese mismo mes, se celebraron también en Barcelona las Jornadas libertarias, ultimo gran congreso mundial anarquista, con 60.000 asistentes.

Tras ese estallido de libertad, un banquete de hambrientos que no se saciaban, desembarcó la heroína, ocasionando una guerra en la que nadie se paró a contar las bajas, pero que sin duda fueron muchas y dolorosas. Y demasiado jóvenes para morir.

Sobre el tema del jaco han escrito casi todos los compositores de la época, dejando claro que conocían de primera mano alguna historia de sobredosis o aniquilación. Cantautores, rumberos, rockeros, flamencos, punkies, poperos. Todos con diferentes enfoques y puntos de vista del asunto. Los cantautores se decantaron más por el melodrama. Lacrimógeno a veces, como La madre (1988), de Victor Manuel: Nada que ver con la común historia / nadie me quiere y todas esas cosas / ella fregaba suelos, nunca se compró ropa / por darle un buen colegio multiplicó las sobras / Cual sería el instante, quien le enseñó estas cosas / cuando probó la muerte y amaneció entre sombras.

O premonitorio: Un caballo llamado muerte de Miguel Rios (1979) : No montes ese caballo / pa pasar de la verdad / mira que su nombre es muerte / y que te enganchará. Es imposible domarlo / desconoce la amistad / es un caballo en la sangre / que te reventará.

Joaquin Sabina intenta no moralizar demasiado. Ya la había mencionado de soslayo en la canción popularizada por Antonio Flores Pongamos que hablo de Madrid de 1980: El sol es una estufa de butano / la vida un metro a punto de partir / hay una jeringuilla en el lavabo / pongamos que hablo de Madrid…Pero es en Princesa (1985) donde mas abiertamente describe la vida de una yonki: Entre la cirrosis y la sobredosis / andas siempre muñeca / con tu sucia camisa y en lugar de sonrisa / una especie de mueca… Princesa parece en cualquier caso deudora de Clara, la crónica compuesta en 1981 por Joan Baptista Humet: Achicando penas para navegar / estrellas negras vieron por sus venas / y nadie quiso preguntar. Clara se vio atrapada / abandonó el trabajo, se vino abajo…

Del 85, Frío, canción de Manolo Tena oscura y de difícil interpretación. Una de las más poéticas composiciones en castellano sin caer en tópicos ni folletines: Grito los nombres pero nadie responde / perdí el camino de vuelta al hogar / se que estoy yendo pero no se hacia donde / busco el principio y solo encuentro el final / Las olas rompen el castillo de arena…También sombrías y veladas son las canciones de Antonio Vega, como Relojes en la oscuridad: Tengo un reloj de treinta horas / se pone en marcha al escribir / cuando se va la noción / y me acerco lentamente a ti / Como un torrente poderoso / mezclado el barro con el cristal / emergen hasta el papel / cobran forma la locura y la paz…o Se dejaba llevar por ti: Temor, alcohol de quemar / pon tus manos a volar / o en tus ojos el terror…Han caído los dos de Radio Futura, también ambigua y tétrica: Antes eran dos barcos sin rumbo / hoy son dos marionetas que van / persiguiendo una luz cegadora / por la linea del tiempo / Han caído los dos en la boca de un dios tenebroso / que sonríe mostrando sus dientes de acero…

https://www.youtube.com/watch?v=Hro0WkV4YJo (Han caído los dos- Radio Futura)

https://www.youtube.com/watch?v=KGhi6uebjs0 (Frío -versión de Txarrena)

Hay dos vertientes particularmente singulares dentro del panorama artístico hispano: El rock radical vasco y la rumba gitana madrileña, bautizada como el sonido Caño roto. Pero mientras los primeros glosan las virtudes lúdicas y expansivas de las drogas –Boikot (Sexo, drogas y rokanrol), Soziedad Alkoholika (Cervezas y porros) Lendakaris muertos (Estamos en esto por las drogas) Segismundo Toxicomano (Las drogas) y mil mas- con letras sencillas, riffs guitarreros heavys y unas pretensiones más reivindicativas que musicales, los segundos, los gitanos, pueblo que ha sufrido de primera mano el azote de la heroína, subliman su sufrimiento con canciones sobre la cárcel y la ruina. Los Calis, Heroína: Mas chutes no, ni cucharas impregnadas de heroína…Toni el gitano: Soy un yonki (yo soy un yonki, no puedo negarlo, me gusta la papela y ese polvo blanco…) o Corre por mis venas. Los Chichos, Maldita droga…etc etc. Los rumberos se han caracterizado por retratar sus alegrías y penurias y las de sus vecindarios de un modo costumbrista o realista. “Así semos, asín hablamos, asín escribimos”. Por eso, en los 70, antes de que el caballo diezmara a sus jóvenes, cantaban con alegría a su modo de vida: En la chabola o Soy un perro callejero de Los Chunguitos, Quiero ser libre o La cachimba de Los Chichos, La grifa de El Pelos y tantas y tantas.

Dando por sentado que nueve de cada diez autores han hablado de las drogas, desde Loquillo (Chanel, cocaína y Dom Perignon) a Los Planetas (Santos que yo te pinte) pasando por grupos de la Movida como Polanski y el ardor (Dama blanca) o Estopa ( El yonki), dejo para el final los más intrépidos, los que muerden, los que con nos recuerdan que nada es tan obvio ni tan maniqueo como el discurso oficial pretende, ni siquiera la heroína. Desde su atalaya, algunos irreductibles pelean contra la versión oficial, que debería ser siempre la más cuestionada y no la más verosímil, como algunos medios nos quieren hacer creer: Extremoduro o Albert Plá, por ejemplo: De Albert ya comentamos antes sus Cançons d’amor i droga, pero tiene cientos de canciones mas o menos claras al respecto. Ciego de 2008: Si parece liado, lioso, que lío / pero pilla el concepto / y verás que ya está / sabrás de que te hablo / ya verás que está claro / que te atiza en los morros y te deja pa’llá / y es que me hace volar / y es que me hace flotar / y voy levitando flotando entre nubes / y a mi que me importa lo de la gravedad…

Y de Robe Iniesta, cantante y compositor de Extremoduro, que decir, sus letras se han convertido en himnos drogotas con el paso de los años: Jesucristo García : Por conocer a cuanto se margina / un día me vi metido en la heroína / aun hubo más, menuda pesadilla / crucificado a base de pastillas; Me estoy quitando: Me estoy quitando / me estoy quitando/ pero todavía me pongo / de vez en cuando / de vez en cuando; Pepe Botika (Donde están mis amigos 1993): Pepe Botika es un honrado traficante / tomando copas me lo encuentro to los días / me cuenta historias de sus años en la cárcel / a veces había suerte y si tenía pasta, salía…

https://www.youtube.com/watch?v=BZpqSOzCK2M (Jesucristo García-Extremoduro. Video completo cuyo final fue censurado en TVE)
P.D. No quisiera terminar sin citar los músicos asturianos que arriesgaron. Con distinta calidad y perspectiva unos de otros. Jorge Martinez de Ilegales, socarrón, agresivo y revoltoso, escribió Hola mamoncete (lp Ilegales de 1982): Con su cabeza calva te espera a la entrada del bar / el guarda en su bolsillo todo lo que vas a buscar / Hola mamoncete ¿que haces por aquí? / ¿buscas algo que comprar? Y Ella saltó por la ventana (Todos están muertos, 1985): Julio amaba las pastillas / rojas verdes y amarillas / lo encontraron frío / dentro la farmacia.

Hay una especie de balada, grimosa como un puré de guisantes, El yonqui de los Stukas (Hazañas bélicas 1981): Amigo le dices a quien te quiera escuchar / que pasas de todo que estas harto / nada hay que esperar / a lomos de blanco caballo gustas viajar…

Por último, algunas lineas del depresivo Nacho Vegas, por ejemplo en Morir y matar (Manifiesto desastre 2008): Y mezclé en una cuchara el polvo blanco y el marrón / y con la sangre aun resbalando te llamé desde ese hotel / por favor, entiende que algo no funciona en mi muy bien…ribis

PD 2: Para informarse y conocer un poco el narcocorrido mexicano, recomiendo el disco Roots of narcocorrido, Y como ejemplo, una canción que narra la vida de un narcotraficante, aunque este mas de televisión que real. https://www.youtube.com/watch?v=R0HBd_fjfbY (Azul y negro- Los cuates de Sinaloa)

 

El ultimo vals de Nico

1976. 26 de junio. Piro y yo hacíamos “dedo” en el puente de La perra. No llevábamos mucho rato cuando un coche frenó y se desvió al arcén. Un R-5. ¿Donde vais? A León. Subid. El conductor, que iba solo, era un chaval algo mayor que nosotros, que estrenábamos mayoría de edad, con el pelo a lo beatle, gafas de sol y chaqueta de ante. También iba al Primer (y último) enrollamiento Rock Ciudad de León. Noel, así se llamaba, tenía un pub en La Felguera; arrancó, puso una cinta de Dylan en el radiocasete y de la guantera ¿sabéis liar? sacó una piedra de hachís del tamaño de la mano de un pelotari. ¿Nos habíamos muerto y esto era el cielo? Una vez que dimos las primeras caladas ya vimos que no, el costo era un polen más seco que el desierto de Atacama, podíamos haber fumado el ladrillo entero como quien fuma tabaco. Nos ofreció vendernos un trozo, pero entre que era jaravaca y que viajábamos como Sal Paradise y Dean Moriarty, sin blanca, declinamos. Llevábamos justas las trescientas cincuenta pesetas que costaba el concierto por si no conseguíamos colarnos; del resto de necesidades, la gorra proveerá. Aquel era nuestro Woodstock y no nos lo podíamos perder.

Tres horas después ya paseábamos por la zona vieja de Leon y aquello era Xanadú, una república creada para nosotros, los hippies. Para la prensa del movimiento fue todo lo contrario: León, capital de la mugre, titularon. Franco había muerto, pero sus incondicionales seguían vivos y coleando. Pululaban bascas sobre todo del norte de España; astures, vascos, madrileños, grupos de pasotas barbudos de uniforme: chalecos, foulars coloridos, vaqueros desgastados y sandalias. Tías menos, el look de Janis Joplin predominante. Doblabas una esquina y te encontrabas con los Freak Brothers sin el gato, ¿que pasa, tío? Honrados comerciantes de pulseras de cuero y piedras de Mauritania, pañuelos budistas y pachuli; psicotrópicos en la trastienda. Hey, tenemos tripis: pirámides, secantes, micropuntos, y nosotros con telarañas en los bolsillos. Todo con un aire inocente y amigable, de libertad recién inaugurada, embriagados de paz, amor y sustancias.

Fuera del pabellón de deportes, al otro lado del río, nos juntamos con la numerosa «banda del palo» de Mieres. Dentro, la gente se dividió en pequeñas tribus, sentados en circulo en el suelo, como cherokees fumando la pipa de la paz, encima de cada grupo flotando su particular nube, densa y olorosa. El olor de la maría y el chocolate lo invadía todo. Algunos levitaban a varios centímetros del suelo con la sonrisa beatifica del LSD en la cara.

Nico era cabeza de cartel, vivía en Ibiza por entonces y salió hacia mitad del concierto. Un error de principiantes, seguramente su canturreo habría sido mejor recibido de madrugada. Nos gustaba la Velvet Underground, aquellos chicos y chicas malos de Nueva York que odiaban a los surfistas, llamaban blando a Jim Morrison y se reían de las flores en el pelo de los jipis de San Francisco; que buceaban en las cloacas de la gran ciudad buscando a los frikis, los travestidos, a la fauna urbana más iconoclasta y nos mostraban su vida. Parafraseando a Borroughs en Waiting for a man, describiendo la vida del yonki, que en realidad solo compra tiempo entre chute y chute, enalteciendo a la heroína como anuladora de la conciencia, esposa exigente y tortuosa, alivio de todo dolor físico o mental en Heroin. El problema de Nico fue que se lo creyó e intentó alcanzar el reino. Al módico precio de esclavizarse a su reina, de ponerse a sus pies y vivir por y para ella. Como todos los adictos. Y cuando salió al escenario y se puso detrás de un pequeño armonio los estragos del caballo eran visibles en su rostro, pálido, ojeroso y abotargado. Cerca de los cuarenta, ya no era la belleza valquiria a la que Leonard Cohen intentó conquistar en el Chelsea Hotel encendiendo velas de colores y exudando espiritualidad zen según cuenta en One of us cannot be wrong. Era un anacronismo llamativo, como si hubieran invitado a Raphael al Sonorama; todos los grupos que la rodeaban, además de ser bastante más jóvenes, tocaban rock progresivo o sinfónico: Iceberg, Atila, algunos con toques psicodélicos, como Triana, Bloque o Pau Riba. Más marchosos eran Coz y Brakaman, un grupo vasco con un cantante que imitaba a Bowie. 

El público aguantó lo que pudo, que no fue mucho, la monótona salmodia que recitaba aquella señora ayudada de su piano de juguete medieval y que recordaba el rezo del rosario, en cualquier momento nos pondríamos a contestar a coro: Ruega por nosotros. Daba igual que entonara sus viejos hits, Sunday morning o I’ll be your mirror, eran canciones para recintos pequeños, para una iglesia o un pub, no para un polideportivoEn lugar de rezar con ella, la gente, joven y cruel con la leyenda de la Factory de Warhol, empezó a silbar y abuchear ¡fuera, fuera! Así que cuando no había pasado ni un cuarto de hora de actuación alguien la animó a abandonar las tablas o bien se marchó por su cuenta, harta de las protestas. La femme fatale ya no seducía como antes. Y ese fue el último vals de Nico, que falleció de un derrame cerebral doce años después, antes de cumplir los cincuenta.

No llores mi querida, si Dylan no canta en español.

 

El nueve de mayo de 1974, un puñado de cantautores congregados por Phil Ochs rendían un homenaje a la figura de Salvador Allende en Nueva York. En el escenario coincidieron Pete Seeger, Arlo Guthrie, Dave Van Ronk, Melanie y Bob Dylan. Si, Robert “Judas” Zimmerman, el gruñón que había apostatado de la canción protesta, el traidor, volvía al redil, volvía a actuar para los antiamericanos comunistas, para los apóstoles de la igualdad social, los profesores de universidad barbudos y las chicas cristianas de clase alta con mala conciencia de los que había abjurado. Y el público había llenado el Felt Forum del Madison Square Garden para examinarle y comprobar su grado de arrepentimiento.

¿Como convenció Phil Ochs a Dylan para participar en un concierto tan marcadamente político? Influyeron diversos factores. El primero, que acababa de romper con Sara, su mujer y madre de sus tres hijos y volvía a frecuentar los garitos nocturnos de Nueva York en uno de los cuales se encontraron cualquier noche, borrachos. También había retornado a la carretera tras ocho años sin pisarla, cuarenta conciertos entre enero y febrero por la costa oeste con The Band. Y Phil supo tocarle la vena sensible hablándole de los mineros chilenos y sus reivindicaciones. Bob provenía de una tierra minera que había sufrido los embates del capitalismo global y no pudo negarse.

Los que estaban allí, entre otros Isabel Allende y la viuda de Victor Jara, Joan Turner, cuentan que fue un concierto calamitoso, con demasiado vino corriendo por el escenario y todo el mundo más borracho de lo apropiado para un memorial, incluido Dylan, que además llegó tarde y muy pasado. El Blowin in the wind coral que cerró el concierto se asemejó más a un coro de borrachos entonando el Galway bay en un pub de Dublín que a la icónica canción. Antes Bob había cantado Deportee, de Woody Guthrie; North Country blues y Spanish is the loving tongue. ¿Por qué eligió esas y no otras? Posiblemente para quedar bien con la audiencia sudamericana del evento.

North Country blues es un tema de su tercer disco, –seguramente el disco más “político” de su carrera, con temas como The times they are a-changin (Los tiempos están cambiando), Only a pawn in their game (Solo un peón en su juego), When the ship comes in o The lonesome death of Hattie Carroll— sobre el declive de las minas de hierro en Minnesotta y la ruina consiguiente para la región. Es un tema curioso ya que está narrado desde un punto de vista femenino, el de la esposa del minero.

Se quejaban en el Este *

de que pagaban demasiado

que no era rentable extraer el mineral

que era mucho mas barato allí abajo

en las ciudades de Sudamérica

donde los mineros trabajan casi por nada.

El bagaje “hispano” de Dylan era escaso, casi inexistente, su nutrición musical había consistido en cereales y hamburguesas, guitarras acústicas y banyos. Lo que le interesaban eran temas antiguos, solía decir que esas canciones folk, pequeños relatos de dos o tres minutos eran su religión: el hundimiento del Titanic, las inundaciones de Galveston, las hazañas de John Henry o los pistoleros del viejo Oeste. Hechos reales que alguien había musicado y cantado.

Es probable que su primer contacto con la cultura musical latina fuera de la mano de Joan Baez, nieta de un cura mexicano emigrado a Nueva York y reconvertido en pastor protestante. Con su padre, también predicador, había viajado por Europa viviendo en España durante un tiempo. Joan, una mujer cosmopolita y culta, bilingüe, había grabado El preso numero nueve en castellano en su primer álbum. Normal que Dylan, un paleto con acento del medio Oeste, se enamorase perdidamente de Joan, que además le introdujo en el circuito de la música con “mensaje”.

Spanish is the loving tongue (El español es la lengua del amor) de Charles Badger, le recordaba a la dulce Joan, ahora que volvía a estar soltero. Además, era lo más cercano a nuestro idioma que pudiese tararear. Había grabado al menos dos versiones, una con los chicos de The Band en las cintas del sótano de la Casa Rosa de Woodstock. Otra con Leon Russell al piano en Nueva York, la primera vez que grababa fuera de los estudios de Columbia Récords y publicada en el lp Dylan, 1971. 

 

 

El español es la lengua del amor

suave como la música

brillante como la primavera

lo aprendí de una chica viniendo de Sonora

no la miré mucho como a una amante

todavía le digo palabras de amor

sobre todo cuando estoy solo

mi amor, mi corazón (en castellano en el original)

Bob y Joan actuaron juntos en el festival de Newport en 1963 y 1964, obteniendo un aplauso entusiasta con With God on our side, un alegato antibelicista cantado al alimón.

La guerra hispano-americana tuvo su momento

y la guerra civil también fue pronto ventilada…

https://vimeo.com/154347561

También cantaron Deportee, la invectiva de Woody Guthrie contra el cinismo de contratar emigrantes para recoger las cosechas y luego deportarlos a sus países.

Goodbye to my Juan, goodbye Rosalita

Adiós mis amigos Jesus y Maria

https://youtu.be/PfCKK8xSe7g

En la Marcha por los derechos civiles en agosto de 1963 en Washington, donde Martin Luther King pronunció su famoso discurso (I have a dream), Joan y Bob cantaron juntos When the ship comes in, otro himno contestatario, y ahí comenzó su distanciamiento. Dylan empezó a sentirse utilizado y sobrepasado. El no quería ser un líder político ni sindical, ni quería adoctrinar a nadie, solo expresaba lo que veía, su realidad, él no era un gurú. Joan creía que si alguien llegaba a la multitud como él lo hacía, no podía desperdiciar ese carisma. Bob no creía en ese don, no se sentía un profeta. Y llegó 1965. Ya sin Joan a su lado, Bob fue invitado a Newport. La noche del 25 de julio, Dylan tocaba entre la Tía Emmy, una cantante de country tradicional y los Sea Island singers, un grupo de descendientes de esclavos africanos de Georgia. Tras tres temas acústicos, suben al escenario el guitarrista Mike Bloomfield, Al Kooper al órgano, Jerome Arnold a la batería, Barry Goldberg al piano y Sam Lay a la batería. Atacaron con Maggie’s farm y para cuando los acordes del segundo tema –Like a rolling stone-– invadieron el aire, los abucheos y silbidos eran mayoría. Se han escrito numerosas crónicas del concierto de Manchester de 1966, gracias sobre todo al documental de Pennebaker, pero los británicos puristas ya acudieron al Royal Albert Hall con el cuchillo entre los dientes sabedores de lo que les esperaba, para los de Newport fue una verdadera sorpresa. Intentando apagar el fuego había accedido a terminar su actuación con una versión sin enchufar de It’s all over now, baby blue. Cuando se bajó del escenario dijo: He electrificado a la mitad del público y electrocutado a la otra mitad. Así es Dylan, inflexible en su manera de ver las cosas. Cuentan que Pete Seeger recorría el back-stage enajenado pidiendo un hacha para cortar los cables y apagar esa música del demonio.

En 1972, Sam Peckinpah le contrató para componer la banda sonora del film Pat Garrett & Billy the Kid. Se dice que por sugerencia de Kris Kristofferson. Cuando conoció a Sam le preguntó a su amigo que donde le había metido. Sam Peckinpah era un tipo pendenciero amante de las armas que discutía hasta con su sombra; cogía un guión, lo leía, tachaba la mayor parte, con el resto encendía los cigarros y sobre sus cenizas levantaba la historia que bullía en su cabeza, así que también se inventó un papel secundario para Dylan como Alias, un hábil lanzador de cuchillos. Lo curioso es que el papel es un trasunto del propio Peckinpah, que había desarrollado la costumbre de lanzar cuchillos a puertas durante el rodaje de Perros de paja. Hasta el punto de que en su cincuenta cumpleaños, Bob Dylan, Keith Moon y Ringo Starr le regalaron una puerta para que siguiera cultivando su afición. La filmación fue en Durango y la grabación de la banda sonora en Ciudad de México. Además de la estremecedora escena en la que Katy Jurado llora –como nadie ha llorado en una película– la muerte de Slim Pickens mientras suena de fondo Knockin’ on the heavens door, el romance Billy va atravesando el metraje. Al estar en tierras mexicanas, entremezcla inglés con español en alguna estrofa: Baranda, hacienda, señorita…siempre con su peculiar acento. Fue uno de los discos menos vendidos en la extensa carrera de Dylan junto con Knocked out loaded.

 

Resultado de imagen de ted russell fotos de Bob Dylan

Unos años más tarde grabó su canción más “española”, Romance in Durango, del disco Desire de 1976, un tema con arreglos de mariachi que incluyen el violín de Scarlet Rivera y el acordeón de Dom Cortese, con Emmylou Harris y Ronee Blakely de coristas, en el que se atreve incluso a chapurrear algunas palabras en un castellano más yanqui que la estatua de Abraham Lincoln en Washington. Un tema de amor posiblemente inspirado por algún recuerdo del rodaje de Pat Garrett & Billy el Niño en Durango, aunque no suyo, él había llevado a su mujer Sara y a sus hijos al rodaje.

Calientes chiles en el sol abrasador

Polvo en mi rostro y en mi capa

Yo y Magdalena en fuga

creo que esta vez escaparemos.

Vendí mi guitarra al hijo del panadero

por unas migajas y un lugar para esconderme

Pero puedo conseguir otra

Y tocaré para Magdalena mientras cabalgamos.

No llores mi querida

Dios nos vigila,

pronto estarás bailando un fandango.

 

 

En resumen, el lado hispano de Dylan linda con México, de Acapulco a San Antonio, de Durango a Corpus Christi sin pasar por Madrid, o al menos por el Madrid capital de España, si por los de Nuevo México o Virginia, dos de los nueve pueblos que sobreviven en USA con ese nombre.

 

* Todas las traducciones extraídas de la web http://www.goddylan.com

Esta canción desactiva fascismos

 

¿Alguien nombrará un día a VOX en una canción? ¿Tendrá la extrema derecha marca España su trovador? En una sociedad ideologizada la ironía sería suficiente para desactivar el simplista mensaje anti-inmigración y anti-libertario, patriotero. No parece serlo hoy. ¿Quien grabara los himnos de las manifestaciones del mañana?

Ahora, el líder sindical grita cuando cierran las plantas de misiles/ United Fruit grita en la costa cubana/ llámalo Paz o llámalo traición/ llámalo amor o llámalo razón/ Pero ya no voy a desfilar nunca mas. Phil Ochs I ain’t marching anymore

¿Quien, desde la cultura popular, agitará las reivindicaciones del siglo XXI?

Erase una vez un tiempo oscuro, en el que las fuerzas del mal lucharon por hacerse con el control del mundo. Perdieron, y aun así el mundo quedó dividido en dos. A un lado el tenebroso y asfixiante telón de acero, con los siniestros dictadores comunistas de la Europa del Este y China. Al otro lado el “mundo libre” comandado por los norteamericanos, no menos perversos apóstoles de la economía liberal y el sálvese quien pueda, democrática votación mediante.

Quedaran donde quedaran, a un lado u otro del espejo, siempre hay inconformistas, librepensadores, idealistas. Algunos cantautores. De una forma militante, ya Woody Guthrie, folksinger, había utilizado la música como un arma política. La inscripción de su guitarra rezaba: Está maquina mata fascistas. Y aunque nunca ha quedado probado el poder de una canción para cambiar el mundo, seguro que ha servido para dar a conocer –en una época sin Internet– masacres, guerras, crímenes contra la humanidad, en resumen, injusticias. Woody vivió el crash de 1929. Vio nacer el new deal, una involución en los derechos de la clase trabajadora. Y con su voz y su guitarra atravesó Norteamérica sufriendo la misma explotación, el mismo hambre que los desheredados, las mismas jornadas extenuantes por un misero salario y denunciándolo en sus letras utilizando incluso figuras literarias representativas de la gran Depresión como la de Tom Joad, protagonista de Las uvas de la ira de John Steinbeck. Denunciando las leyes de inmigración en Deportee, la desigualdad de oportunidades, el racismo en All you fascists en la que nombra a Jim Crow, promotor de la ley de segregación racial; la condena a la miseria de los jornaleros en This land is your land:

A la sombra del campanario vi a mi gente, en
la oficina de socorro vi a mi gente;
Mientras estaban allí con hambre, me preguntaba:
¿Esta tierra está hecha para ti y para mi?

O ensalzando el poder de los sindicatos en Gonna join that one big union o Gonna roll the union on. Y muchas más en un repertorio inabarcable.

Herederos de Woody Guthrie fueron Phil Ochs o Bob Dylan (en su primera época). Y otros muchos autores englobados en la llamada canción protesta. Aunque cuando se alude a personas con nombre y apellidos deberíamos hablar mejor de canción denuncia. Dylan, en Talking John Birch paranoid blues, con un mensaje cargado de ironía arremete contra la Sociedad John Birch, una organización parafascista de anticomunistas radicales. Sin olvidarse de George Lincoln Rockwell, fundador del Partido nazi estadounidense.

«Ahora, Eisenhower, es un espía ruso,
Roosevelt, Lincoln y Jefferson lo mismo.
Para mí sólo hay un hombre que sea un americano verdadero, George Lincoln Rockwell, se seguro que odia a los comunistas porque boicoteó la película Exodo.”

Y remata la canción con una visión muy acertada de lo que significa unirse a grupos que basan su ideología en la paranoia, acabarás tan paranoico como ellos.

«Bueno, finalmente empecé a pensar,

cuando se acaben las cosas que investigar,

no me puedo imaginar haciendo otra cosa,

así que ahora estoy en casa investigandome a mi mismo.

¡Espero no encontrar nada…Dios mío!”

Dylan también encontró hueco en sus canciones para poner en evidencia flagrantes injusticias cometidas por policías, jueces y políticos corruptos, como en The lonesome death of Hattie Carroll o en Hurricane.

Pero si hubo un hito en el convulso siglo XX que alimentó la canción protesta fue la guerra de Vietnam. Eran los años sesenta, el rock empezaba a formar parte inseparable de la juventud americana y la televisión metía en todos los hogares estadounidenses imágenes del napalm arrasando en llamas la jungla, de los ataúdes de plomo retornando a casa con los cadáveres de muchachos, hijos y hermanos de sus vecinos. Así que a la vez que una generación salía a la calle a decirles a sus políticos que esa no era su guerra, numerosos cantautores lo reflejaron en sus canciones. De Masters of War de Dylan a Ohio de Neil Young (sobre la represión de la guardia nacional a una manifestación de estudiantes en la Universidad de Kent que terminó con cuatro muertos); de Eve of destruction de Barry McGuire a Gimme shelter de los Rolling Stones, por nombrar algunas de las mejores. Son miles y van de la sencillez de Sam Stone de John Prine, voz y guitarra, al War de Edwin Starr, con orquestación funky, coros, vientos y percusión.

En España, donde el fascismo si ganó la guerra y asentó su dictado en cuarenta años de formación del espíritu nacional y exaltación de la raza con el aderezo sui generis de una poderosa iglesia católica amancebada con el poder, sin olvidar la Sección Femenina, los primeros balbuceos de canciones denuncia eran, por necesidad, disimuladas, había que leer entre lineas. Paco Ibáñez fue el trovador más insigne; exiliado en Francia, su disco en el Olympia de París, prohibido en la reserva espiritual de Occidente, iba pasando de mano en mano como una reliquia protegida. A galopar, de Rafael Alberti; Déjame en paz, amor tirano, de Góngora; Andaluces de Jaen, de Miguel Hernández; Es amarga la verdad, de Quevedo…La poesía es un arma cargada de futuro de Gabriel Celaya. El disco de Paco acunó la adolescencia rebelde y militante de un par de generaciones nacidas en plena dictadura. Sin embargo, aunque por supuesto entre canción y canción hablaba del generalísimo y sus “proezas”, en los poemas que cantaba no solían aparecer nombres. Una excepción es Soldadito boliviano, un poema de Nicolás Guillén:

Soldadito de Bolivia, soldadito boliviano
armado vas de tu rifle, que es un rifle americano
que es un rifle americano, soldadito de Bolivia
que es un rifle americano

Te lo dio el señor Barrientos, soldadito boliviano
regalo de Mr. Johnson, para matar a tu hermano
para matar a tu hermano, soldadito de Bolivia
para matar a tu hermano

No sabes quien es el muerto, soldadito boliviano

el muerto es el Che Guevara y era argentino y cubano

(Barrientos era el presidente boliviano en 1967, un militar represor de mineros y obreros que dío un golpe de estado. Johnson es Lyndon B. Johnson, presidente de los USA tras el magnicidio de John F. Kennedy, aliados para ejecutar al médico argentino mito de la revolución cubana y del izquierdismo mundial)

Muerto el dictador gallego y consumado su testamento monárquico parecía que el tiempo de la canción protesta había terminado, como si una democracia incipiente y mezquina hubiese borrado la injusticia, la desigualdad y las clases sociales. Las reivindicaciones no tenían tanto sentido en un país sin censura y habían pasado a mejor vida. Hubo algunos cenizos como Javier Krahe o Chicho S. Ferlosio, anarquistas de pro, que no parecían estar tan satisfechos con el sistema como lo estaban los políticos, pero en general triunfaba el pop “desenfadado” –algo así como sin nada en la cabeza–, el rock, el sexo y las drogas. El punk revitalizó la escena músico-política, en Inglaterra los Sex Pistols cantaban, gritaban más bien, la rabia de la joven clase obrera y The Clash grababan su legendario Sandinista. Siguiendo su estela en España tuvo su momento álgido el rock radical vasco con Kortatu o La Polla Records, también Ska-P en el popular barrio madrileño de Vallecas, pero el mundo del cantante protesta parecía no tener escenario más allá de fiestas del Partido comunista y bares de las Casas del Pueblo, donde triunfaban Pablo Guerrero, Adolfo Celdrán o Luis Pastor. Pasaron los ochenta, los noventa, salpicados por alguna voz critica como la de Pedro Guerra o la de Ismael Serrano. Generalmente militantes comunistas.

Y llegó la crisis del nuevo siglo que hacía suponer una nueva explosión de indignados por el liberalismo caníbal, que tritura carne humana, sangre y sudor para la fábrica. Pero Sacco y Vanzetti murieron hace un siglo y las letras y los plazos del coche y las vacaciones tienen cogidos por el cuello a los trabajadores que ya no sueñan con mejorar sus condiciones de vida. Como en el chiste, la patronal les ha convencido de que lo mejor es quedarse como están, con sueldos miserables, malviviendo en pisos colmena y oliendo los guisos de los vecinos, que peor es lo otro, lo innombrable, el anarquismo y demás utopías. Así que exceptuando casos muy concienciados como el del festivo y ácrata Manu Chao y su Mano Negra o el del más taciturno Nacho Vegas, activo en los grupos anti desahucios, que versiona el Love me, I’m a liberal de Phil Ochs, una composición sarcástica que salpica aquí y allá nombres de políticos republicanos estadounidenses y que Nacho cambia por Aznar, Felipe, Zapatero y periodistas como el ultra liberal Jimenez Losantos, en “Ámenme, soy un liberal” del disco Canciones populistas, no hay mucha música popular de denuncia. Se echa de menos en nuestro país un Tom Morello que con sus Rage against the Machine dan caña al antihumanismo de Wall Street. Quizás los chicos de Riot Propaganda sean los que más se asemejan, con temas como Cambiarlo todo, panfletario, en el que atizan a la clase alta, el Opus, Aznar y Bush, u otros como Plata o plomo o Hijos de Aguirre, aunque Morello con su guitarra, en la que suele escribir, al estilo de Woody Guthrie, frases combativas como Soul Power, Arm the homeless o End of racism, ha sido invitado a tocar con artistas consagrados presuntamente salidos de la clase trabajadora, como Bruce Springsteen en The Ghost of Tom Joad, versión moderna del personaje de Steinbeck.

Entonces ¿donde está ahora la critica social y política en la música? Mayormente en el rap. En Los Chicos del Maiz, El Chojin, Pablo Hassel, Jerry Coke, sin el impacto mediático que tuvieron los cantautores en su tiempo, porque están marginados en los mass media y tienen que utilizar canales alternativos, aunque masivos también en esta época, como Youtube. Así que ya sabéis donde escuchareis hablar sin pelos en la lengua de Santiago Abascal, del retroceso en libertades, de la carcunda, del reaccionarismo, del neo fascismo, del capitalismo depredador: tendrá que ser en un rap o no será. El rap sigue siendo una música minoritaria sin la penetración del rock o el pop, no digamos del reguetón, así que el tiempo dirá si la denuncia musical influirá en los futuros votos de la gente o será mero testimonio de un mundo tan controlado por el capital que ya no permitirá ni la disensión; ni hablar de revolución, palabra, como tantas otras, prohibida por el pensamiento único.

 

 

 

 

La fiebre del oro y otras perversiones

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Uno puede presumir de cultureta, aunque no le guste el jazz y piense que la sociedad opulenta se está volviendo tan, pero tan cursi que ahora llaman laboratorio a un taller de bicicletas, las casas de comidas son gastrobares y los videos que triunfan en youtube son los de gaticos y perretes haciendo monerías o esos gifs que repiten hasta la saciedad cualquier gracieta. No sería de extrañar que vinieran unos bárbaros y nos invadieran. Porque no hay, que si hubiera una civilización extraterrestre, este sería un buen momento para conquistarnos y condenarnos a picar piedra en Ganímedes. Hay que aparentar. Lo que ahora se llama postureo y antes se llamaba esnobismo. Porqué las mismas actitudes ya conocidas y diagnosticadas cambian de nombre es un misterio, debe ser cosa de los tiempos. Todo sea por el postureo: uno habla solo de series de culto, pelis de culto, grupos de culto, coño, parece que me he convertido a los mormones con tanto culto, yo que odio los dogmas y los catecismos. Se que no soy el único, que es imposible alimentarse solo de series como The Wire, canciones de Bob Dylan, películas de Wim Wenders o Jim Jarmusch o fotos de Alberto G. Alix. Como sería utópico pretender pasarse la vida leyendo ensayos de Jünger; una novela de Henning Mankell con Kurt Walander desengrasa y también alimenta el alma. Una dieta tan densa necesitaría siestas de dos horas y caminatas de cuatro para digerirlas. Así que hay que intercalar, como en la comida. No se puede comer todos los días igual, un día puede ser un lechazo al horno y al siguiente ensalada de lechuga con alcaparras; hoy aceitunas con anchoas del Día de aperitivo y mañana gambas de Huelva. Hoy Leopoldo M. Panero y mañana que se yo, Quevedo. Está bien el bonito del norte pero también apetece un bocata de panceta. No solo de Tom Waits vive el hombre, también de legumbres.

Ni Ramon Gener puede alimentarse solo de opera, ni yo de folk-rock. Cuando vi el anuncio del Jeep Cherokee me llamó la atención la melódica canción que suena de fondo, Renegades, una cancioncilla radio-fórmula, pegadiza, y con una letra y un video muy de estos tiempos, de superación y autoayuda –por cierto, ¿es que antes la gente no se superaba a si misma, no se exigía, no se ayudaba?– Recurriendo a ese hombrecillo sensiblero, moldeado por la cultura occidental que llevamos dentro y que nos hace emocionar cuando vemos a discapacitados rompiendo barreras. Vamos, que tiene un tufillo a prefabricado que ni una pizza congelada, pero se degusta con el mismo placer. Un ratito, unas cuantas escuchas y ya, sin pasarse.

Ray Donovan es una serie que bebe del Señor Lobo, el personaje de Harvey Keitel en Pulp Fiction. Un tipo duro que tiene una agencia para resolver problemillas a los peces gordos de Hollywood. Problemas que van desde quitarle de encima un acosador a una estrella a enterrar en el desierto a un asesinado con el atizador de la chimenea. Mansiones horteras y lujosas, una familia totalmente disfuncional. El padre –Jon Voight– un ex-presidiario hedonista que no para de meterse en líos, dos hermanos enfermos, uno de Parkinson, otro violado de niño por un párroco y un hermanastro negro con menos luces que una cueva rupestre. Una mujer con carácter y dos hijos completan el cuadro. Un cuadro de un Bosco abstracto, guionizado por Barton Fink; un cuadro en el que nada casa, los polis son más corruptos que los delincuentes, los hijos de Ray se ven envueltos en enredos inverosímiles, Ray se ve involucrado en conspiraciones federales…para no cansar, absolutamente todo es improbable por no decir imposible, pero tiene esa fácil digestión que te engancha a devorar capítulos comiendo pipas o palomitas y asistiendo a los tiroteos y las palizas con gusto culpable.

Los documentales de VICE, el Salvados de Evole, Michael Moore, están bien, te asoman a realidades diferentes, a conflictos olvidados o estancados, te informan de lo que pasa en el mundo mas allá de tu entorno, en la aldea global de McLuhan. Sin embargo, uno de mis entretenimientos favoritos es Gold Rush, la fiebre del oro. No hablo del disco de Neil Young, sino de una serie documental del canal Discovery. La vida de unas cuantas familias dedicadas a la minería del oro en el Klondike. Aunque los nuevos mineros ya no batean riachuelos como los buscadores de la primera fiebre del oro que narró Jack London en sus novelas, ahora mueven toneladas de tierra con enormes excavadoras para una vez lavado extraer unos pocos kilos de oro. Me gusta ver a esos hombres y mujeres afanarse, cortar y soldar hierros con los sopletes, sudar, pringarse de barro, soñar con un pozo de la gloria que les haga ricos que nunca llega. Desde luego me seduce más que ver a esos tertulianos paniaguados de traje y corbata discutir que si los tuyos roban más y los míos son mejores, un show mas previsible que un striptis.

¿Quien no tiene vicios, confesables o inconfesables? Una de mis películas favoritas es El Guateque, que por más hipster, beatnik o gafapasta –término caduco ya y es de anteayer– que uno sea, tampoco tiene que estar siempre mohíno ¿no?

Pequeño vals vienes…

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Enrique Morente, (Pequeño vals vienés)
Hay dias para alejarse unos metros de la realidad plagiada. Introducirse hasta la cintura en el lirismo transparente de las emociones, dejarse acariciar por el viento del escalofrío y llorar. Por uno mismo, por la catarsis y por la perdida inocencia del ayer. Y por los druidas poseedores de la sabiduría necesaria para ponernos la piel de gallina con su arte. Para humedecernos los ojos y salir catapultados de la experiencia.

Salud